La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene como uno de sus principales objetivos el perfeccionamiento de sus miembros, lo que la lleva a organizar todo su accionar alrededor de este componente de su misión en todas partes donde se establece.
Movidos por ello, los Santos de los Últimos Días creen en buscar diligentemente los mejores dones con el fin de no ser engañados y beneficiar así a todos los que buscan o piden de Dios en toda la tierra (Ver Doctrina y Convenios 46:8). Quienes así lo hacen, reflejan vivir de una manera más plena, sobrellevando las dificultades y los tropiezos con una actitud más saludable.
Los siguientes son tres principios de éxito que motivan y guían las vidas de los Santos de los Últimos Días, al esforzarse por ser mejores cada vez y poner al servicio de sus semejantes los dones y talentos con los que han sido bendecidos.
Disciplina. Los Santos de los Últimos Días entienden que “ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de rectitud a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).
El seguir reglas o normas de manera constante en busca de cierto resultado, es parte de lo que se enseña y se vive como miembro de la Iglesia. En ella se desarrolla un conjunto de programas, proyectos y actividades pensadas y organizadas para que los miembros adquieran disciplina y fortalezcan el carácter, tomando decisiones por ellos mismos a través del ejercicio de la fe que tienen en Jesucristo.
Por ejemplo, la obra misional requiere que jóvenes de 18 años en adelante dejen la comodidad de sus hogares y vayan a diversas partes del mundo para servir a otros a través del mensaje que llevan sobre Jesucristo y Su Evangelio y del servicio en todo el sentido de la palabra, teniendo que cumplir horarios estrictos para levantarse (06:30 AM todos los días), ciñéndose a un tiempo de predicación diariamente y cumpliendo con reglas especiales que deben observarse durante su servicio por 18 o 24 meses.
Honestidad. El último artículo de fe, un conjunto de 13 creencias básicas que se esfuerzan sinceramente por seguir los miembros de la Iglesia, comienza con la frase “creemos en ser honrados”. Se enfatiza siempre, como lo enseñó el Apóstol Pablo: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres." (Romanos 12:17)
Gordon B. Hinckley, décimo cuarto presidente de la Iglesia, enseñó: “Sean honrados con su empleador. No realicen trabajo de la Iglesia en el tiempo remunerado por él. Sean leales a él. Él les paga sus servicios y espera que ustedes produzcan resultados. Ustedes necesitan el empleo para mantener a su familia y sin él no pueden trabajar con eficacia en la Iglesia.”
Participar de las ceremonias sagradas que se realizan en los templos, considerados por los miembros como “La Casa de Dios”, requiere que las personas estén cumpliendo con altos estándares de moralidad y honradez.
Integridad. La integridad es hacer siempre lo que se ha convenido hacer. La integridad es la buena disposición y el deseo de vivir de acuerdo con nuestras creencias y normas. Todo el que se hace miembro de la Iglesia a través del bautismo, realiza un convenio con Jesucristo de que le seguirá y le recordará siempre, por medio al accionar cristiano y al estar con los que lloran y necesitan de consuelo, al servir a los demás de manera voluntaria y desinteresada. Esto permite cultivar el carácter para poder tener y manejar relaciones fundamentadas en el compromiso y el cumplimiento con exactitud.
El programa de las Mujeres Jóvenes en la Iglesia define así la integridad: “Tendré el valor moral de hacer que mis acciones estén de acuerdo con el discernimiento que tengo del bien y del mal”.
Como se reseñó en un periódico una vez: “Es fácil reconocer a una persona que tenga integridad; es honrada; hace lo correcto cuando nadie la está mirando; cumple con su palabra y sabe guardar las confidencias; paga sus deudas y limpia lo que ensucia; asume la responsabilidad de sus propios actos”.
Hay otros principios que hacen de un miembro de la Iglesia un ciudadano que puede aportar favorablemente al desarrollo y equilibrio de las comunidades donde vive. Sin embargo, estas tres podrían considerarse como básicas sobre las cuales pueden construirse tantas otras virtudes que traerían éxito a la vida de cualquier persona.
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