por José Verano Silvera
Quizás se olvida con el paso de los años que el mérito del
“San Valentín” que por estos días celebramos en Occidente, es que creía en el
sacramento del matrimonio. Aquel casaba en secreto a los soldados con sus
novias allá por la segunda mitad del siglo III, cuando aquello había sido
prohibido por el emperador Romano Claudio II. Por atreverse a ello fue
encarcelado y luego muerto un catorce de febrero según varios historiadores.
Es curioso que Claudio II, también apodado “el
Gótico", ordenó no casarse porque consideraba que un soltero sin hijos era
mucho mejor soldado, ya que nada lo desconcentraba de su labor. Dieciocho
siglos más tarde, el mundo parece con denuedo sugerirnos entre líneas lo mismo,
postergar el casamiento para tener mejor desenvolvimiento laboral,
oportunidades de ascenso, y claro, todo a cambio de prolongar la diversión e
independencia de cualquier soltero. Lo que resulta atractivo desde varios
puntos de vista, pero especialmente desde aquel contrario al plan de Dios para
sus hijos y la visión más elevada de aprendizaje y progreso que nos preparó.
No está demás anotar que no es lo que tenía en mente San
Valentín siglos atrás, tampoco es lo que con amor nos enseñan nuestros líderes
en la iglesia, al contrario, ellos como verdaderos “Valentines” modernos no nos
casarán en secreto pero nos alentarán contra toda tendencia mundial y popular
para que logremos sellarnos con una pareja idónea en el templo del Señor.
El amor verdadero que
conduce al compromiso eterno.
Sé que lo hemos escuchado más de una vez, sentados en la
banca de la iglesia un domingo por la mañana, o en la silla del obispado antes
de revisar con ademán de apuro la hora, o a lo mejor en una conversación en
casa, una noche de hogar, una charla con nuestro padre, una caminata con mamá.
No obstante, las veces no han sido vanas, porque el motivo principal del
matrimonio en el templo no es aumentar la membresía del Barrio, el mercado
inmobiliario, o la tasa de natalidad del país, o ceder la habitación que tanto
quiere tu hermano, mucho menos es quitarte libertad, quizás sí optimizarla. El
objetivo real es proveerte un tipo de felicidad superior, un tipo de
aprendizaje nuevo, uno en el que se generan día a día los ingredientes básicos
para poder comprender a Dios y a su creación, contemplar cómo la vida crece y
se desarrolla desde nuevas perspectivas. No hay otra manera de crecer y
adquirir parte de la experiencia, Es cierto que no es fácil a veces, pero como
todo lo que no lo es: Lo vale. El facilismo en realidad está en no hacerlo,
pero no hay mérito es eso. Podrían recalcar algunas veces que es un mandato,
pero tiene mucho más de promesa que de mandamiento cuando lo transitas con ojos
propios.
El Presidente Nelson nos dijo:
“Esta meta es gloriosa. Todas las actividades, todos los
avanzamientos, los quórumes y las clases de la Iglesia son medios para lograr
la exaltación de la familia.
Para hacer posible esta meta, nuestro Padre Celestial ha
restaurado llaves del sacerdocio en esta dispensación para que se puedan
efectuar las ordenanzas esenciales de Su plan por medio de la debida autoridad.
Mensajeros celestiales, entre ellos Juan el Bautista, Pedro, Santiago y Juan,
Moisés, Elías, y Elías el profeta, han participado en esa restauración”.
(Conferencia General Octubre 2008, El
matrimonio celestial)
Nuestra existencia abarca mucho más allá de nuestro
nacimiento o muerte. Reduzcamos la vida de antes, ahora y después de esta etapa
terrenal, a las expresiones de mañana, tarde y noche, para entenderla. Le
dirías a alguien que has llegado a amar y elegido para formar una familia: ¿Te
amo y quiero estar contigo hasta que la tarde nos separe? Dado que nuestros
espíritus son eternos el amor entre ellos también desea serlo, todo lo demás es
solo físico, y probablemente no sea amor, o no estemos dejando que lo sea.
Élder Wirthlin en un mensaje del 2007, republicado años
después como “El amor verdadero”. Nos relata y
enseña:
“El amor es el comienzo, el medio y el final del sendero
del discipulado; da consuelo, aconseja, cura y reconforta, y nos guía por los
valles de tinieblas y a través del velo de la muerte. Al final, el amor nos
conduce a la gloria y a la grandeza de la vida eterna…
...En un mensaje reciente del programa Música y palabras de
inspiración del Coro del Tabernáculo Mormón, se habló acerca de un matrimonio
de ancianos que estuvieron casados muchas décadas. Al ir la esposa perdiendo
paulatinamente la vista, no podía cuidar de sí misma como lo había hecho
durante tantos años. Sin que ella se lo pidiera, el esposo comenzó a pintarle
las uñas de las manos.
Él sabía que ella podía verse las uñas si se las acercaba a
los ojos, desde el ángulo correcto, y que el vérselas la hacía sonreír. Como a
él le gustaba verla feliz, siguió pintándole las uñas durante más de cinco
años, hasta que ella falleció...
...Ése es un ejemplo del amor puro de Cristo. A veces, el
amor más grande no se halla en las escenas dramáticas que inmortalizan los
poetas y los escritores; con frecuencia las mayores muestras de amor son los
simples actos de bondad y atención que brindamos a aquellos con quienes nos
cruzamos en el camino de la vida.
El amor verdadero dura para siempre. Es eternamente
paciente y piadoso. Todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Ése es el
amor que nuestro Padre Celestial tiene por nosotros.” (Liahona Febrero 2015, El amor verdadero).
En la historia de San Valentín, relatan que aquel sacerdote
ya estando en la cárcel compartía sus creencias con el carcelero quien dudaba
de la existencia de Dios y también con la hija de este, que era ciega. Al poco
tiempo se enamoró de la joven y oraba continuamente por su recuperación. El día
en que debía ser ejecutado le dejó una carta a pesar de la poca posibilidad de
que ella pudiera leerla. La joven al abrirla recibió el milagro de la vista y
pudo contemplar los sentimientos escritos allí, por ello la costumbre de enviar
cartas con cumplidos y buenos deseos en aquella fecha. Posteriormente ella y su
padre se unieron al cristianismo.
El presidente Thomas S. Monson dijo:
“A fin de hallar verdadera felicidad, debemos buscarla
enfocándonos fuera de nosotros mismos. Ninguna persona ha aprendido el
significado de vivir hasta que haya renunciado a su ego para estar al servicio
de su prójimo. El servicio a otras personas es similar al deber, el
cumplimiento del cual nos trae gozo verdadero”. (Church
News,
5 de julio de 2008)
Mientras el mundo con astucia pretende cada cierto tiempo
desvirtuar el amor verdadero, nuestros líderes nos recuerdan su real propósito
y potencial de hacernos llegar a la felicidad eterna. Que el origen religioso
de la fiesta de San Valentín nos acerque más a esa posibilidad.
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