Siglos antes de su nacimiento, profetas del Libro de Mormón se refirieron a María por su nombre, en las profecías de su misión vital (Mosíah 3:8). Describiéndola como la “más hermosa y pura que toda otra virgen” (1 Ne. 11:13-20) y “un vaso precioso y escogido” (Alma 7:10), ellos profetizaron que María concebiría al Hijo de Dios y por lo tanto bendita sobre todas las demás mujeres. “No podemos dejar de pensar, que el Padre escogería al más grande espíritu femenino para ser la madre de su Hijo”. (McConkie, p. 327).
La voluntad de María para someterse a la voluntad del Padre es observada en el relato bíblico. Cuando Gabriel le anunció que ella sería la madre del Salvador, María se quedó perpleja, sin embargo ella no desistió debido a su humilde obediencia y fe en Dios. Su respuesta fue corta: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38).
Si Judá hubiese sido una nación libre, María podría haber sido reconocida como una “princesa de sangre real a través de la descendencia de David” (JC, p. 90). Siendo de ese linaje terrenal, Jesús fue llamado correctamente un descendiente de David.
Como una fiel mujer judía, ella siguió las costumbres de su época. Al menos, cuarenta y un días después de dar a luz a su primer hijo, María fue a la Corte de las Mujeres, donde ella llegaría a ser ceremonialmente limpia en el rito de purificación, ofreciendo dos tórtolas o dos palominos en el templo como un sacrificio (Lucas 2:22 -24).
En los años que subsiguientes, María dio a luz más hijos para su esposo terrenal, José (Mateo 1:25.; 13:55-56; Marcos 6:3). Uno de ellos, “Jacobo el hermano del Señor ” (Gal. 1:19), se convirtió en un líder cristiano en Jerusalén.
En el Nuevo Testamento, María es mencionada en el relato del joven Jesús enseñando en el templo ( Lucas 2:41-51 ), en la conversión del agua en vino en Caná (Juan 2:2-5), su crucifixión (Juan 19:25-26), y orando con los apóstoles después de la ascensión de Jesús (Hechos 1:14).
Doctrinalmente, los Santos de los Últimos Días no ven a María como intercesora con su hijo, en nombre de quienes le oran y no le oran. Afirman el nacimiento virginal, pero rechazan las tradiciones de la inmaculada concepción, de la virginidad perpetua de María, y de su “Asunción” (cf. McConkie, p. 327). María, como todos los mortales, vuelve al Padre sólo a través de la expiación de su hijo Jesucristo.
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