Nota del editor: Esta narración es parte de una serie de Church News titulada “Mujeres del convenio”, en la que las mujeres de la Iglesia hablan de sus experiencias personales con el poder del sacerdocio y comparten lo que han aprendido al seguir el consejo del presidente Russell M. Nelson de “trabajar con el Espíritu para comprender el poder de Dios, o sea, el poder del sacerdocio” (“Tesoros espirituales”, conferencia general de octubre de 2019).
En octubre de 2019, estaba sentada en el estrado del Centro de Conferencias detrás del presidente Russell M. Nelson cuando dio el discurso “Tesoros espirituales”. Cuando comenzó la oración final, tuve que inclinarme y secarme las lágrimas de la cara, sabiendo que las luces volverían a prenderse y las cámaras de televisión apuntarían al estrado.
Estaba emocionada porque el presidente Nelson me había confirmado y expandido muchas cosas acerca de la relación de las mujeres con el sacerdocio. Sentí que se me había entregado un tesoro espiritual para develar y estudiar.
Una de las ideas más fascinantes que enseñó el presidente Nelson esa noche fue la siguiente: “Los cielos están abiertos de igual manera para las mujeres que han sido investidas con el poder de Dios que procede de sus convenios del sacerdocio como para los hombres que son poseedores de dicho sacerdocio”. Él dijo que, si realmente comprendíamos esa verdad en nuestro corazón, nuestra vida cambiaría.
He pensado mucho en ello desde la conferencia. ¿Exactamente cómo puedo hacerlo? ¿En qué forma viene? ¿Cuáles son mis limitaciones? ¿De qué manera cambiará mi vida?
El presidente Nelson dijo: “Ese proceso no lo encontrarán detallado en ningún manual. El Espíritu Santo será su tutor personal a medida que procuren comprender lo que el Señor quiere que sepan y hagan. Ese proceso no es rápido ni fácil, pero sí es espiritualmente fortalecedor”.
A lo largo de los meses, he estado aprendiendo cosas nuevas por medio de esta tutoría personal.
“Sus oraciones, ayuno, tiempo dedicado a las Escrituras, servicio en el templo y la obra de historia familiar les abrirán los cielos”.
Hay personas que amo que están pasando por pruebas insoportables. A veces, no tengo idea de qué hacer por ellas. Así que oro.
Una noche, estaba derramando mi corazón, suplicando al Señor, y abrí las escrituras y leí Doctrina y Convenios 98:2 —“… vuestras oraciones han entrado en los oídos del Señor de Sabaot, y están inscritas con este sello y testimonio: El Señor ha jurado y decretado que serán otorgadas”.
Me sentí un poco aturdida. Sentí como si casi hubiera tenido una conversación con el Señor específicamente acerca del problema que le había presentado. Pude sentir que lo que el presidente Nelson prometió era verdad.
“Su poder aumentará a medida que presten servicio a los demás”.
A menudo, siento que el Señor nos hace una pregunta familiar: “¿A quién enviaré?”
Así como Jesucristo, yo tengo la oportunidad de responder: “Heme aquí; envíame”.
Nefi expresó la misma idea cuando escribió: “Iré y haré lo que el Señor me ha mandado”.
Cada día, al levantarme, intento decir: “Heme aquí; envíame”. Usualmente, el encargo no es difícil —pero he descubierto que tengo que cumplirlo. No puedo posponerlo. Quiero que el Señor sepa que puede contar conmigo y yo responderé fielmente.
¿Qué poder aumenta al hacer eso? Mi poder de ver lo que los demás realmente necesitan.
“Ustedes tienen el derecho a recurrir libremente al poder del Salvador para ayudar a su familia y a otros seres queridos”.
A lo largo de estos últimos meses de pandemia, he sido intensamente consciente de aquellos a quienes no puedo llegar físicamente. Pero sé que puedo pedir al Señor que los bendiga de todas formas. El tiempo y el espacio no son barreras para Él.
Él puede bendecir a pacientes que quizás estén muy enfermos y solos, aislados de quienes los aman. Él puede fortalecer a los profesionales exhaustos que agotan su resistencia mental para tratar a pacientes en condiciones extremas. Él puede inspirar a los trabajadores comunitarios que luchan incansablemente por mantener la enfermedad fuera de los lugares abarrotados donde las personas viven hacinadas sin los lujos del espacio y el jabón.
Para mí, es un privilegio increíble poder acceder a un poder que no conoce los límites mortales.
Recientemente, leí una historia de una mujer que estaba haciendo una manta para el altar del nuevo templo de Denver. Ella no tenía experiencia y había trabajado duro con mucha ayuda de otras personas a fin de que fuera apta para la Casa del Señor. Un día, cuando se suponía que su nieto pequeño estaba tomando una siesta, él fue a su habitación de costura, tomó unas tijeras grandes y recortó un gran agujero en el esmerado trabajo. Cuando lo vio, estaba desesperada. Intentó repararla de varias maneras y finalmente se dio cuenta de que debería comenzar de nuevo.
Imagino al poder del sacerdocio como un único hilo fino, blanco y liso que viene de Dios y se entrelaza, por dentro y por fuera, hacia arriba y alrededor, y que parece tener su propia dirección en nuestra vida. Pero, con el tiempo, se revela un patrón intrincado. Ese diseño cubre el altar de Dios, el lugar más santo donde atamos cosas en la tierra y en los cielos.
Siempre habrá algún evento de nuestra vida que llegue y recorte un gran agujero en nuestra ofrenda. Puede rompernos el corazón al sentir que todo lo que hemos hecho con la mejor intención se ha desperdiciado. Pero cada una de nosotras tenemos el privilegio de recurrir al poder del sacerdocio y, habilidosamente, comenzar a reparar cada hebra, o incluso comenzar de nuevo, de ser necesario.
Siempre que veo una manta sobre el altar del santo templo, siento que es uno de los símbolos más poderosos del templo en cuanto a la forma en que el Señor presta Su poder a Sus hijos fieles a fin de reunir y atar en un diseño intrincado y santo.
Estos son tesoros espirituales para mí.
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