8 pautas para enamorarse sobre el cimiento de la rectitud

Por Bruce C. Hafen

A continuación quisiera sugerir ocho pautas breves y prácticas a aquellos que un día llegarán a enamorarse ver­daderamente, cimentándose en el fun­damento del recto vivir.

Primero: Sientan reverencia por la vida y por los poderes del cuerpo humano pa­ra engendrar vida. Su cuerpo es un templo, es sagrado y santo. Sientan por él la misma reverencia espiritual que tienen para con cualquier templo que es morada del Espíritu de Dios, ya que su cuerpo es también la mora­da de la simiente de la vida humana, cuya germinación, con el cónyuge que escojan y dentro de los límites estable­cidos por Dios mismo, es algo bello, de buena reputación y digno de alabanza. 

Segundo: Durante el cortejo o noviaz­go, sean siempre emocionalmente co­rrectos en la forma en que expresen su afecto. A veces no se tiene el debido cuidado con respecto a cuán­do, cómo y a quién se expresan senti­mientos de afecto. Tienen que darse cuenta de que el deseo de expresar afecto puede ser motivado por otros im­pulsos que no sean el amor verdadero. Se les podría decir: Reserven sus besos, ya que algún día podrían nece­sitarlos. Cuando a cualquiera de ustedes —hombres o mujeres— se les dé la entrada en el corazón de un hombre o de una mujer a quien os una el lazo de la amistad y que, por ende, confíe en ustedes, estarán pisando terreno santo.

En tales circunstancias, deben ser hon­rados y correctos con ustedes mismos —y con la otra persona— con respecto al amor y la expresión de sus símbolos. 

Tercero: Sean amigos primero y «enamorados» después. La relación personal entre un hombre y una mujer... debe edificarse como una pirá­mide, la base de la cual ha de ser la amistad. Las capas sucesivas, que lle­varán a la cúspide, la constituirán el tiempo, la comprensión, el respeto, el refrenamiento y la moderación. En la ci­ma misma de la pirámide hay un pequeño y resplandeciente dije misterioso llamado romance. Es probable que cuando los cansados viajeros del de­sierto divisen esa pirámide a lo lejos, en la distancia, vean primero la relumbran­te joya de la cima; sin embargo, al acercarse, verán todas las capas que deben extenderse debajo de la joya pa­ra sostenerla tan alto. Ahora bien, no se precisa gran ingenio para entender que una pirámide no puede permanecer en pie durante mucho tiempo si se endere­za asentándose sobre su cúspide y se espera luego que ésta sostenga con fir­meza todo el volumen. Por analogía, vemos entonces que es indispensable ser amigos primero y novios después, y no al revés. De no ser así, aquellos que crean estar enamorados el uno del otro, con el transcurso del tiempo, pueden descubrir un día que no pueden ser muy buenos amigos, y esto, cuando ya se hayan casado.

Cuarto: Adquieran el poder de la autodis­ciplina y del autodominio. Sean como Jo­sé, y no como David. Cuando la esposa de Potifar, echando mano de toda su astucia, intentó seducir al joven José, que vivía en su casa como siervo de su marido, la historia dice sencillamente que José «huyó y salió» (Génesis 39:12). José sabía que era más pru­dente evitar la tentación que tratar de resistirla.

En cambio, el rey David, a pesar de sus años de fiel devoción a Dios, de una u otra manera llegó a confiar demasiado en su propia capacidad para hacer frente a la tentación. Estuvo trágica­mente dispuesto a dejarse tentar por el mal, y eso fue lo que por último lo ani­quiló. Leemos que cuando David se pa­seaba por el terrado de su casa, vio desde allí a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Pe­ro David no huyó ni salió corriendo de allí, sino que envió a preguntar por ella, y ella fue a él. Para David, el más gran­dioso de los reyes de Israel, aquello fue el principio del fin. (Véase 2 Samuel 11.)

Al cortejarse, aun cuando consideren que existe un fundamento cada vez más sólido de amor verdadero, muestre su profundo respeto por ese amor y la posiblidad de una vida unidos, refrenando sus pasiones. No se dejen engañar por la falsa noción de que cualquier cosa que no sea el acto sexual mismo es conducta aceptable. Eso es una mentira, no sólo porque una acción lleva con ímpetu a la otra, sino también porque el acariciar el cuerpo de la otra persona es parte importante del fenómeno sensorio que conduce al acto sexual, lo cual debe conservarse santo al amparo del santuario de la castidad. Si alguna vez les viene la duda sobre saber si están pasando del límite de la raya del amor y entrando en el terreno de la avidez por satisfacer el instinto, emprendan de inmediato la re­tirada y vuelvan al campo del amor. Na­die ha caído nunca por un precipicio sin haberse acercado a él primero. 

Quinto: Al procurar hallar el cumpli­miento de sus anhelos románticos, vivan siempre dignos de contar con la presencia del Espíritu Santo para que sea su guía constante. No cortejen a nadie con quien ya saben que nunca se casarían. Si se enamoran de al­guien con quién no deben casarse, no pueden esperar que el Señor les aparte de esa persona después que se hallen emocionalmente atados a ella. En ge­neral, recuerden que para buscar una compañera o un compañero eterno, así como para edificar la amistad que les conduzca a ese fin, necesitan —tanto como para cualquier otro propósito— la guía del Espíritu Santo. La clave para obtener guía espiritual no yace en la duración del tiempo que se ora, ni en la forma que se sigue para orar ni en lo que se dice. La clave para recibir guía espiritual se encuentra en una sola cua­lidad: la de ser moralmente dignos.

Les recomiendo que dentro de poco, cuando tengan la ocasión de dedicar unos minutos al estudio de las Escritu­ras, comparen la sección 63:16 con la sección 121:45-46 de Doctrina y Con­venios. En el primero de esos dos pa­sajes, encontrarán que “el que mira a una mujer para codiciarla, o si alguien comete adulterio en su corazón», tendrá que sufrir el peso de tres consecuen­cias considerablemente perjudiciales: Uno, no tendrá el Espíritu; dos, negará la fe; y tres, temerá.

Por otra parte, en contraste directo con las tres consecuencias mencionadas de llenar la mente de codicia [lujuria], adviertan las tres cosas que suceden cuando, como se describe en Doctrina y Convenios 121:45-46, dejan que «la virtud engalane tus pensamientos incesantemente»: El Espíritu Santo será vuestro compañero constante; en lo re­ferente a guardar la fe, la doctrina del sacerdocio destilará sobre vuestra alma como rocío del cielo; y, al contrario del temor que sienten los codiciosos, aque­llos cuyas mentes estén llenas de virtud hallarán que su confianza se fortalecerá en la presencia de Dios.

Sexto: Eviten formarse el hábito de sen­tir conmiseración por ustedes mismos y no se preocupen demasiado por aquellas ocasiones en que socialmente no obtengan el éxito esperado. Recuerden este refrán; “No todas las personas del mundo tienen que enamorarse de ti y casarse contigo: se requiere tan sólo una».

El desaliento que puedan sentir es mu­chas veces una forma de expresión de la inseguridad que todos experimenta­mos al procurar encontrarnos a noso­tros mismos. Es probable que sin la aprobación evidente de su valía personal manifestada por medio del éxito social, comiencen a dudar de si su vida vale en realidad la pena. Esa clase de duda de la propia capacidad es sólo parte de un proble­ma mayor que nos acompaña a la ma­yoría de los seres humanos, casados y solteros, todos los días de nuestra vida. A veces, nos preguntamos si el Señor nos ama; también nos preguntamos si otras personas nos aman. Y así es que equivocadamente comenzamos a bus­car los símbolos del éxito, sean éstos los del ser popular o ricos o famosos dentro de nuestro propio ambiente. Existe el peligro de que puedas permitir a alguien que se tome libertades inde­bidas con tu cuerpo o de que te entregues a alguna práctica que al pa­recer te brinde algún placer pasajero, pero que a la larga sólo te hará sentir peor. Hay quienes aun toman malas decisiones matrimoniales, sólo por de­mostrar al mundo que alguien se intere­sa en ellos. Sin embargo, lo único que importa es que el Señor apruebe tu vida. Si procuran hacer Su voluntad, todo lo demás se arreglará. No olviden jamás que todas las cosas obran junta­mente para el bien de aquellos que aman a Dios. (Véase Romanos 8:28.) Tal vez el tiempo de tu matrimonio no llegue sino hasta el otoño de tu vida, y entonces “será doblemente más valioso porque habrás esperado su llegada” (Eternal Love, pág. 17). Aun si su matrimonio no se verifica en es­ta vida, las promesas del amor eterno siguen vigentes en el recuento del tiem­po del Señor, si tan sólo son fieles. 

Séptimo: Además de evitar la fornica­ción y el adulterio, deben evitar a toda costa los actos homosexuales y el abor­to. Estas son transgresiones sumamen­te serias. Aun las personas que sólo ayuden a otras a producir un aborto — por no decir nada de las que apremien a otras a hacerlo— corren el peligro de que se les niegue el privilegio del servi­cio misional; también pueden ser llama­das ante un tribunal de la Iglesia y co­rren el riesgo de perder su calidad de miembros de ella.

Octavo: Si por alguna experiencia des­dichada en su pasado han co­metido una trasgresión moral de la ín­dole que hemos venido tratando, existe un medio por el cual pueden recibir el perdón total. En todas las Escrituras no hay promesa más gloriosa que la que encierran las palabras de Isaías, que habla como si fuera con la voz del Se­ñor mismo: “… si vuestros pecados fue­ren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” (Isaías 1:18-19.)

Si sus transgresiones son de ca­rácter grave, será preciso que hablen con su obispo y que voluntaria­mente se lo confiesen todo. Aun cuan­do la sola idea de hacerlo les cause te­mor, tengan la más absoluta seguridad de que después de hacerlo, se sentirán infinitamente agradecidos de haber dado ese paso, puesto que les motivará para seguir progresando, y entonces tendrán paz interior, lo cual les infundirá mayor esperanza y les elevará más de lo que pueden imaginar.

Y en caso de que se pregunten cuál será su condición a la vista del Se­ñor tras confesar sus faltas al obis­po, les recomiendo que mediten en los pensamientos del élder Vaughn J. Featherstone, del Primer Quorum de los Se­tenta... tocante al pro­ceso del arrepentimiento de las trans­gresiones serias. Lo más memorable de ese sencillo y amoroso sermón fue la forma en que el élder Featherstone ex­presó su actitud para con aquellos que han tenido la valentía y la fe de confe­sar sus pecados y aun de enfrentar la disciplina de la Iglesia, de haber sido ello necesario... Quisiera mencionar a continuación una parte de su discurso: “Tal vez he escuchado unas mil confe­siones de transgresiones graves, y ca­da vez que un arrepentido transgresor ha salido de mi oficina, me he inclinado ante el Señor en oración, diciendo: ‘Señor, perdónale, te lo ruego. De no ser posible, quita también mi nombre de tu libro. No deseo estar en un lugar donde esta persona no esté, porque es una de las más cristianas que he cono­cido’.

“Aun cuando sus pecados fueren como la grana, pueden llegar a ser emblan­quecidos como la nieve [véase Isaías 1:18],..y el Señor ha prometido que no los tendrá más presentes [véase D. y C. 58:42].» («Perdónalos, te lo ruego», Lia­hona de feb. de 1981 págs. 56-61.) Aparte de todo lo que les he dicho a modo de amonestación con respecto a las condiciones sociales de nuestra época y a los límites que deben imponerse al procurar encauzar en la debi­da forma sus sentimientos natura­les, quisiera suplicarles que siempre recordaran que las enseñanzas del evangelio tocantes al amor romántico están llenas de esperanza y paz y rego­cijo de la categoría más edificante y sempiterna. Les testifico de todo cora­zón que los mandamientos de Dios tie­nen por objeto conducirnos a la máxi­ma felicidad y que merece la pena esperar que llegue a su vida el amor romántico y el matrimonio en la manera que el Señor lo ha dispuesto.


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Hernán Felipe Toledo

Ingeniero, viajero, creador de comunidades y amante de difundir inspiración. Actualmente sirve en una Presidencia de Estaca.

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